sábado, 24 de marzo de 2007

Gayatri y los Decires

IAsí está escrito: “en el principio Dios creó los cielos y la tierra”.
Hubo un principio, siempre hay un principio que nos con-promete con los principios. Desde el principio se puede crear, recrear. Todo principio es “inicio de”, “inicio para”. Dice el texto que fue, fue el principio de, el “para” corresponde al hombre, a todos los hombres.
El hombre y todos los hombres siempre y en todo momento devienen en una constante iniciación, porque siempre son principio, principio de los principios, por ejemplo.
Actualmente el hombre contemporáneo olvidó el sentido del principio por lo que los principios se desdibujan, y también olvidó el sentido de la creación, por lo que apenas si puede mostrar la desdicha de un vacío incalculable.
Los signos de los tiempos. Vol-ver a reasignar los signos que dan comienzo al tiempo, por lo menos al tiempo de los hombres.
El distintivo, lo que designa al mundo como mundo es que fue creado, al principio.
Luego se discutirá cuándo fue ese principio, cómo fue, qué había antes.
Desde el principio de los siglos se discute ese principio, esa creación. Las teorías son variadas. Alguna vez supe de un hombre pequeñito, diminuto y frágil, que, al decir de Buber, no hablaba de Dios sino que hablaba con Él.
Era todo alegría. Su sonrisa era contagiosa. Ese hombre pequeñito no reía, sonreía.
Alguna vez supe plantearle las muchas teorías sobre el principio, cuando, como dice el texto, Dios creó.
El silencio fue su respuesta.
Pausada lasitud. Goce del puro gozo. Dicha.
Desde entonces me pregunté con frecuencia si realmente era un místico.
Rompió ese silencio y me preguntó:
¿Y tú, qué estás creando?
Lea bien, por favor. Es importante el modo verbal. La cadencia la crea el tiempo verbal.
Desde entonces ando preguntándome qué estoy creando.
Así está escrito: “Sólo existía el Uno, y por su sola voluntad se hizo muchos”.
Es otra versión de la vivencia del principio, cuando Él creó. Esta videncia, que es vivencia, pertenecía a la región de la India y toda su zona de influencia, China y Tíbet.
No hay precisiones. Hay vivencias. El Uno, Único por un acto de voluntad, se hizo muchos. ¿El Uno incluía Una? Era Uno y Una, siendo uno y al mismo tiempo diferenciado, como en el misterio de la fe cristiana cuando se habla de la Trinidad, ¿cómo era ese uno?
Misterio.
Posiblemente a los orientales poco les importe acerca de la ardua tarea del intelecto, que caprichosamente juega a saber el misterio de los misterios.
Era Uno y se hizo muchos. No fue haciéndose muchos, en el instante, por su voluntad. Se dividió y se multiplicó, y fueron los universos, y hubo un estallido de gases, vientos y los mundos se formaron, y el hombre y la mujer y el asombro y los nombres.
No, nada está claro. Nada me queda claro. Claro, claridad, clamor por saber, saber, saber. ¿Saber qué? Saber ese principio que me obsesiona y me convierte, me vierte sobre esa parte interior que también es “yo”.
Pero nada comprendo. Posiblemente sea una osadía tratar de explicar lo inexplicable.
Me explico.
Yo, mi yo era uno. Mi yo es todo lo que tengo, lo que soy, lo que hago, lo que omito.
Era uno.
Posiblemente era todo “eso” y más, mucho más, como la vida de todos los hombres, siempre es más, mucho mas que lo que dicen las filosofías, los istmos que siempre terminan en cataclismos.
Era uno y vino ella y nos miramos y me dijo: eres el futuro padre de mis hijos.
Fue un temblor, una mañana fresca de primavera, posiblemente una tarde de invierno. Poco importa. Fue. Fuimos dos. Dos, dos, dos.
Pasaron los días, los meses, el año, y un 30 de septiembre, Gopal vino a formar el tres. Simple, de uno a tres, sin escalas, sin tiempos inter-medios, sin medios para desnudar los miedos. Y ahora ese tres llamado Gopal me sonríe y yo que sigo siendo uno lo miro y se inunda mi corazón de poesía.
Será eso lo que quieren significar cuando se menciona al uno que se hace muchos, pues no sólo lo entiendo sino que digo, digo y digo: fue un acto de amor. Porque, lo juro, mi hijo, la creación de mi hijo, fue un acto de amor. Fue esperado, soñado, anhelado, sufrido en los largos años de ausencia, de su ausencia.
Entiendo al hinduismo. Descubro que hay ciertos istmos no pervertidos, no provocan cataclismos. Son como pájaros volando serenamente sobre una playa húmeda.
Hinduismo. Creacionismo. Principismo.
Palabras.
Palabras que dan sentido al sin-sentido.
Palabras para sentirlas.
Así está escrito: “Al principio era el verbo y el verbo era Dios”.
¿Leyó?
¿Escuchó?
La palabra, al principio, cuando todo era uno...
Lo escribió Juan, el apóstol.
Como cuando se dice amor, como cuando distraídamente miramos con ojos arrobados a nuestra esposa, esposo, hijo. Porque hay palabras que no requieren del vehículo de la articulación del sonido. Es todo el ser. Involucrado, abierto, dichoso.
Piénselo. No es una locura. Dicen las nuevas corrientes epistemológicas que detrás de todo acto racional, siempre, siempre, siempre, hay una certeza i-rracional.
Porque, si solamente la articulación del sonido como palabra fuera el único vehículo, ¿cómo dialogaría el universo, los mundos, las almas, los seres y las cosas?
Piénselo.
Juan viene a traernos la idea, la vivencia de la palabra como componente esencial del Uno al principio, cuando se hizo muchos, cuando se estaba haciendo muchos.
Tamaña contribución por desenmascarar la angustia escondida detrás de cada sonrisa, de las seguridades de la tecnología, del saber como poder, como conocimiento para dominar, nunca, nunca, nunca de sabiduría que sirva para restañar heridas, para borrar esa lágrima barrosa y desesperada de los niños en África, en América Latina y también en los Estados Unidos.
Piénselo.
Todo esto para decir Dios.
Dios.
¿Qué importa el nombre, la forma, el color, la raza? Dios.
Claro. Principio. Uno. Palabra. Creación. No importa el orden para decir Dios, Dios, Dios. El nunca muerto. El siempre vivo. El eterno, Dios.
El Dios de mis vivencias, de mis sueños, porque mi sueño es soñarlo, me dijo alguna vez un amigo, y esa noche en su sueño soñó con Babaji y le dijo: Tú eres Dios, yo soy Dios.
Soy Dios, estoy creando principios, verbos desde “mi uno” para transformarlo en Él, en Dios. Tarea de tareas. Misterio sobre misterio.
Encuentros. Palabras que ahora sí tienen sentido, nos dan sentido, porque sentimos.
Piénselo.
En el principio, en el texto original, puede leerse también, desde el principio. Entonces, desde el principio, Dios estuvo en medio de las cosas que se iban creando por su voluntad, y si así fuera, si fuera desde el principio, estaríamos diciendo Dios, Dios, Dios, el compañero, el amigo fiel, que está junto al hombre, desde el principio.
Decires. Palabras.
Lectura de tres textos en apariencia con pieles distintas, que significan el pensamiento más alto que hombre alguno alcanza, reconoce el tema del principio, de los principios.
¿Y qué hay de nuestras vidas, las aparentemente in-significantes, las cotidianas, las que son un parpadeo en medio de la danza cósmica de estrellas y firmamentos, de luces y de vacíos inenarrables?
De tu vida, de mi vida, de nuestra vida, digo.
¿Cuáles -si las hay- son las implicancias, los alcances de estos decires, de estas palabras que hablan de un Uno que se hace muchos, en el principio, el Uno que crea?
Estoy tentado a quedarme en silencio. Re-traerme al estado de quietud, esa que disfruto en las tardes...
¡Pero si digo yo, estoy diciendo diálogo, ex-presión, sentimientos, vivencias, amores, terrores y tantas otras cosas! Y si digo tú, digo tú tal como eres, no igual, diferente pero junto a mí, distinto pero caminando a mi lado.
Yo y tú, es decir nosotros.
II
Porque los muertos no pueden alabarte desde la tumba, así escribe el Rey David, lleno de angustia y soledad, cuando desde el cielo se decretaba su culpabilidad por haber pecado con Betzabé, la hermosa hebrea de Ierushalaim.
Porque los muertos no pueden alabarte desde la tumba, es como decir: dale un sentido a mi vida, a la vida; porque ahora, así como estoy es como si la muerte fuera mi única compañera, el único testigo en medio de esta inmensidad.
Para que la vida tenga sentido, hay que recuperar el sentido de la sacralidad. Asombro. Sagrado, Sagrado, Sagrado como Su Nombre, como el viento o la diminuta hormiga, sagrado, sacralidad, para que la palabra Dios tenga sentido ; es decir, sea una vivencia con ciencia, conciencia de Dios, siempre presente en todo lo existente.
Ah, las palabras! Con-funden porque se funden en la inmensidad de este océano de deseos.
¿Y Dios?
Dios, Dios, Dios, invocación que revoca todo sufrimiento, que inspira alegría allí donde la desdicha ancla sus naves de derrota.
Dios, Dios, Dios.
¿Escuchó?
Pero el mandato es: No morirás porque Santo es tu Dios. Tamaña promesa que nos sumerge en la desdicha de sabernos deslumbrados por formas, sonidos y colores que no nos pertenecen.
Claro está, no morirás jamás, jamás, jamás morirá el alma, aún de aquellos que viven una vida de horror. Jamás morirá tu alma porque ella es toda bienaventuranza, promesa de una esperanza.
Dios es una promesa que se extiende en la vivencia.
El tiempo, el tiempo, el tiempo es otro tema, es otra cosa, es otra invocación, el tiempo es una quimera de la que hay que desgarrarse si pretendemos sacralizar mínimamente nuestras vidas.
El tiempo es una trampa, un enredo, un tejido de sutilezas materiales; un tiempo necesario y vital para la alabanza, para la sacralidad.
Pero, quién lo entiende así?
Por eso hay que desgarrarse del tiempo -escuchó?- del tiempo de la muerte y comprometerse con el tiempo de la vivencia, el tiempo de Dios.
Dios, Dios, Dios.
Escribo esto y detrás mi hijo Gopal lucha con su juguete, lucha por sorber un poco mas de su mamadera, lucha con sus bostezos, con sus manitas que aun no domina, con sus lagrimas y con sus sonrisas, porque aun no aprendió el sentido de ambas y como distribuir esas sensaciones en su tiempo.
Su mama maneja sus tiempos, le pone el deseo, sus deseos, ella decide sobre sus dolores, sabores y sinsabores.
Mañana crecerá, debajo de todos sus conocimientos, quedara la vivencia de su mama creándole el deseo y mas abajo aun, la palabra Dios, Dios, Dios como un acto de salvación en este tiempo de quimeras.
¿De que tiempo se desgarra un niño cuando “baja” a este mundo ?
Desde pequeño me obsesiono esta pregunta.
¿De donde vengo?
Dios, Dios, Dios. No tengo respuesta, no puedo responder porque a veces tu silencio me abruma, tu silencio me abruma y me rebela convirtiéndome en un revolucionario. Perdón, simplemente quise decir, en un mendigo, que clama por Dios, Dios, Dios, así como Gopal clama por su madre, por la sonrisa fresca de su madre que es todo protección.
Tengo necesidad de respuestas, ya nada tengo que hacer con cielos prometidos y perdón de pecados y todas esas cosas ; necesito saber, saber, saber, simplemente saber el sentido del principio.
Un niño me nació hace cinco meses y ese fue un principio.
Necesito saber de ese principio para no creer que la vida se puede vivir igual sin principios.
¿Es tanto lo que pido, lo que clamo y lo que a veces creo que exijo ? Dios, Dios, Dios, no puedo amar tu silencio aunque si no lo guardaras en ocasiones, creo que moriría.
Tiempo del tiempo del tiempo del tiempo.
Dios, Dios, Dios.
Hay algo desgarrado en este vivir cotidiano.
Algo se perdió.
¿Dónde está el Tú Eterno del que hablaba Martín Buber ?
Añadiendo cosas a las cosas, sumando cosas, viendo a los seres como cosas y a las cosas como categoría de seres; ¿es éste un modo de vivir y de pretender sentir felicidad o dicha o desdicha?
Ya no es posible inventar horas, sumar horas al calendario de las vidas. ¿Escuchó ?
Sacralizar la vida de los seres y sacralizar las cosas no porque sean seres sino porque todo es parte de una santidad mayor.
Tamaña tarea.
Es suya.
Le pertenece.
¿Escuchó ?
Lo está esperando, me espera.
Y aún me queda la cuestión del principio, del silencio de Dios.
Aún quedo yo y usted.